lunes, 26 de enero de 2009

HACIA UNA TEOLOGÍA DE LA MÚSICA SACRA EN LOS ESCRITOS DE ELENA G. DE WHITE




Dr. Daniel Oscar Plenc
Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista del Plata
Director del Centro de Investigación White, sede Argentina


Hacer una teología del arte en general y de la música sacra en particular es una tarea tanto compleja como necesaria. Por una parte es difícil acercarse a la expresión artística con los lentes de la teología y por otra parte es ineludible desarrollar algún fundamento teológico para una actividad tan significativa para la comunidad eclesial como lo es la música sacra. En la monumental obra de Elena G. de White hay algún espacio dedicado a la música en la iglesia y el propósito de este trabajo es rescatar los conceptos allí expresados a modo de criterio teológico para la utilización de la música en el ámbito eclesial. En esta aproximación a la teología de la música eclesiástica se verá la música como don que Dios concede y orienta en el cumplimiento de sus propósitos de adoración, edificación y evangelización. Se estudiará también la música como dádiva divina que el hombre necesita apreciar y cultivar.

Elena G. de White dedicó un espacio de su obra escrita al tema de la música eclesiástica. [2] Pueden leerse allí consideraciones pastorales y devocionales, al mismo tiempo que elementos que hacen a una teología de la música sacra. [3] El presente trabajo es un esfuerzo por presentar esos elementos como un todo ordenado y significativo. Este acercamiento teológico puede aportar a la comprensión del tema y servir de criterio para las prácticas eclesiales.

La música como dádiva y demanda
El don detrás del talento
Elena G. de White sitúa a Dios en medio de una atmósfera de alabanza celestial. Ve a los hombres que simpatizan con el cielo y responden a la bondad de Dios con similares expresiones de alabanza. [4] La criatura más exaltada, que luego de su caída se transformó en Satanás, dirigía el coro celestial y todos los ángeles honraban a Dios con acordes de gloria. [5]
La autora muestra preocupación pastoral por los usos pervertidos de la música y el canto, pero define la música como “don de Dios, destinado a elevar los pensamientos hacia temas más nobles, y a inspirar y levantar el alma”. [6]
Elena G de White valora particularmente la voz humana expresada en canto como “uno de los talentos dados por Dios y que deben emplearse para su gloria”. [7] Dice textualmente: “Hay algo peculiarmente sagrado en la voz humana. Su armonía y su sumisión y expresión inspirada en los cielos, excede a cualquier instrumento musical. La música vocal es uno de los dones dados al hombre por Dios, un instrumento que no puede ser sobrepasado o igualado, cuando el amor de Dios abunda en el alma”. [8] A su entender el canto es un talento y definitivamente “un don de Dios”. [9]

La demanda sigue a la dádiva
En sus escritos, White ve a Dios como el Autor y el Señor de la música, deseoso de conducirla para su gloria. La guía divina desea alejar los extremos del emocionalismo y el formalismo, el descuido y el profesionalismo. Se valora la fe permanente en Cristo por encima de cualquier emoción religiosa estimulada por ocasiones especiales. [10]
Este tipo de demanda no puede ser satisfecha por músicos carentes de experiencia espiritual. [11] La autora exhorta a no “depender de cantores mundanos y de despliegue teatral para despertar el interés”. [12] Prefiere el sencillo, devoto y a menudo imperfecto canto congregacional a los coros profesionales. [13] Hay un definido rechazo a la ostentación, el ceremonialismo y la satisfacción sensual. [14]

Las lecciones de la historia denominacional
La historia de la denominación en tiempos de Elena G. de White registra un episodio que ilustra su evaluación de ciertas prácticas de culto y de música eclesial. Durante un Congreso Campestre realizado en Indiana en el año 1900 se experimentó con un estilo de culto que la autora consideró negativamente a causa de la confusión, el ruido, el bullicio y la extravagancia. [15] Apuntó más bien las características del orden, la disciplina, la serenidad, la sensatez y el apego a la revelación y a los principios como del agrado divino. [16] Su orientación apunta a evitar cualquier manifestación futura que incluya ruido desconcertante, estrépito, vocerío, tambores, música y danza. [17]
Arte con propósito
El triple objetivo del culto: adoración, edificación y evangelización ha sido sugerido por otros autores. [18] Como parte del culto la música no es arte puro, sino arte con propósito. [19] Está dirigida a Dios en adoración, a la iglesia para edificación y al mundo para evangelización.

El objetivo primario de la adoración
En Elena G. de White la música es básicamente un vehículo para la adoración y la alabanza. La música forma parte del culto celestial y la iglesia está llamada aproximarse a esa armonía angelical. [20] En palabras de la autora: “El canto, como parte del servicio religioso, es tanto un acto de culto como lo es la oración”. [21]
Los himnos de las reuniones eclesiales regulares llevan el propósito de la alabanza a Dios. [22] Por esa razón la autora desalienta los espectáculos musicales que tienden al exhibicionismo y al orgullo antes que a la adoración a Dios. [23]
Muestra de la preocupación de Elena G. de White por el objetivo de adoración de la música de la iglesia es su carta a un director de coro talentoso, pero su vez vanidoso, sensible y extravagante. Sus actitudes rompían la solemnidad, la seriedad, la santidad y la dignidad que debían caracterizar a la música sacra. Le reprocha “gestos indignos, toscos y vulgares” que causaban risa y excitaban la curiosidad, pero no elevaban a los presentes, lo mismo que el volumen excesivo y la rudeza de su voz. Describe la música del cielo como melodiosa, suave y dulce, sin exhibicionismo y amor a la alabanza propia. A su entender el canto apropiado no es forzado y exagerado, no requiere contorsiones corporales ni ademanes exagerados. [24] Su conclusión fue clara: “Usted ha cantado más para los hombres que para Dios. Cuando su voz se ha elevado en tono alto por encima de toda la congregación, usted ha estado consciente de la admiración que estaba provocando”. [25]
Aunque la autora apreciaba profundamente la música, aconsejaba el equilibrio que evitara transformarla en una mera experiencia de gratificación propia. No entendía el canto como un sustituto para la devoción personal, la oración o el culto congregacional. [26]
En los escritos de Elena G. de White el canto eclesial es una experiencia teocéntrica destinado a recordar la historia del accionar de Dios en lo pasado y a anticipar los acontecimientos futuros hasta la victoria final de Cristo. [27]

El objetivo de la edificación personal y común
Las bondades de la música cristiana para el crecimiento personal y espiritual son múltiples. Elena G. de White habla del “poder” del canto. [28] Dice la autora: “Tiene poder para subyugar naturalezas rudas e incultas, para avivar el pensamiento y despertar simpatía, para promover la armonía en la acción, y desvanecer la melancolía y los presentimientos que destruyen el valor y debilitan el esfuerzo.
“Es uno de los medios más eficaces para grabar en el corazón la verdad espiritual”. [29] El canto cristiano trae alegría, valor, esperanza y armonía. [30] La alabanza estimula la victoria, derrota al desánimo y a la tentación. [31] Jesús utilizó el canto con los mismos propósitos. [32]
Del mismo modo Elena G. de White destaca los beneficios colectivos del canto religioso al recordar la historia de Israel. El cántico de Moisés, enseñado al pueblo, serviría de amonestación, restricción, reprobación y ánimo, como un sermón permanente. [33] Durante el peregrinaje a Canaán “el canto era un medio de grabar en sus mentes muchas lecciones preciosas”. El canto “animaba los corazo¬nes y encendía la fe de los peregri-nos”. [34]

El objetivo de la evangelización
El estímulo personal del canto se vuelve social por su influencia para con otros. Jesús de Nazaret alegraba y alentaba con su canto a los demás. [35] Pero Elena G. de White ve en la música sacra un instrumento de evangelización. La voz humana puede ser “un poder para ganar almas para Cristo”. [36] Se lee textualmente: “La melodía del canto, exhalada de muchos corazones en forma clara y distinta, es uno de los instrumentos de Dios en la obra de salvar almas”. [37] El canto cristiano conduce a menudo al arrepentimiento y a la fe. [38]
Por esa virtud evangelizadora, la autora señala que las instituciones de enseñanza debieran interesarse en la educación de la voz para que los estudiantes aprendan a cantar y se conviertan en evangelizadores por medio del canto. [39]

La responsabilidad humana
El hombre como mayordomo
El hombre, depositario de la dádiva divina de la música se vuelve responsable por su cultivo y perfeccionamiento. Elena G. de White dice que los cánticos de alabanza debieran aproximarse “tanto como sea posible a la armonía de los coros celestiales”. [40] Dios otorga dones para su servicio y “espera que sus siervos cultiven sus voces de modo que puedan hablar y cantar de manera que todos puedan comprender. Lo que se necesita no es cantar fuerte, sino una entonación clara y una pronunciación correcta”. [41] La autora es concreta: “La habilidad de cantar es don de Dios; utilicémosla para darle gloria”. [42]
La actividad musical no puede ser impulsiva, caprichosa y displicente, sino esforzada, disciplinada y piadosa, como una ofrenda a Dios. [43] Escribió Elena G. de White: “La música debiera tener belleza, sentimiento y poder”. [44]
En busca de la excelencia en la administración de la música se dan orientaciones concretas: (1) Los himnos elegidos deber ser conocidos por la congregación y apropiados para la ocasión, alegres y solemnes. (2) La dirección del canto debe asignarse a personas idóneas, puede ser un grupo de cantantes. (3) Debe haber método, orden y armonía. (4) Los directores de canto debieran dedicar tiempo a la práctica. [45]
Otras cualidades de la música adecuada se ofrecen puntualmente: (1) Debiera cantarse con un profundo sentimiento de gratitud. (2) Evitar las voces excesivamente agudas, prolongadas o estridentes. (3) La voz debe ser modulada, enternecida y subyugada. (4) Buscar la sencillez, la claridad, la naturalidad, el fervor, la musicalidad, la armonía y la suavidad. [46] Dice la autora: “El buen canto es como la música de los pájaros: suave y melodioso”. [47] Sobre todo, el mensaje de los himnos debe reflejarse en la vida de los que los entonan. [48]

Una experiencia inclusiva
En el pensamiento de Elena G. de White el canto eclesial debe ser básicamente congregacional y participativo. En este contexto los instrumentos musicales tocados con habilidad son bienvenidos.
La autora estimula servicios de canto dirigidos por grupos de personas escogidas y acompañados por instrumentos musicales. [49] Se lee textualmente: “El canto no siempre ha de ser entonado por unos pocos. Tan a menudo como sea posible, únase en él toda la congregación”. [50] Se deja lugar para la participación ocasional de solistas o grupos corales, pero se favorece el canto de la iglesia. [51]

El empleo de instrumentos musicales
La obra de Elena G. de White valora la música sacra, tanto vocal como instrumental. Se apoya el uso de instrumentos musicales como en los servicios religiosos de la antigüedad cuando se usaban arpas y címbalos. [52] Con todo no se alientan los conciertos sacros con características teatrales y la dependencia de programas musicales. [53]

A manera de conclusión
Hay en los escritos de Elena G. de White una definida valoración pastoral de la música eclesiástica, como también elementos que hacen posible un abordaje teológico al tema. De acuerdo a esta visión la música es un don que el Creador otorga y encamina al cumplimiento de sus propósitos. Se orienta la música cristiana a Dios en adoración, a la asamblea eclesial para edificación y al mundo para evangelización. La criatura humana debe esmero al cultivo del don de la música que le fue confiado para la gloria de Dios.

Este artículo fue presentado en forma preliminar en la II Jornada de Investigación de la Universidad Adventista del Plata, organizado por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UAP, el 7 de octubre de 2004.

[2] Elena Gould Harmon de White (1827-1915), reconocida como cofundadora de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ha escrito alrededor de 100.000 páginas, parte de las cuales componen más de 130 libros, centenares de artículos y miles de cartas. Sus libros han sido traducidos a 157 idiomas (Leo Ranzolín, “Elena de White, traducida a 157 idiomas”, Revista adventista, abril 2004, 28).
[3] Para una visión general del tema, véase la obra de Paul Hamel, Ellen White and Music: Bbackground and Pirnciples (Washington: Review and Herald, 1976).
[4] Elena G. de White, La educación (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1964), 161.
[5] White, La historia de la redención (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1981), 25.
[6] White, La educación, 167.
[7] White, El evangelismo (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1975), 363.
[8] White, Manuscrito 5, 1874, citado en White, La voz: su educación y uso correcto (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995), 473.
[9] White, El evangelismo, 363.
[10] White, Manuscrito 21, 1891, citado en White, El evangelismo, 366.
[11] White, El evangelismo, 372.
[12] White, El evangelismo, 371.
[13] White, Carta 190, 1902, citado en White, El evangelismo, 371; White, Carta 51, 1902, citado en White, El evangelismo, 371; White, Carta 49, 1902, citado en White, El evangelismo, 371; White, Carta 198, 1899, citado en White, El evangelismo, 373.
[14] White, Review and Herald, 14 de noviembre, 1899, citado en White, El evangelismo, 371-372; White, Manuscrito 123, 1899, citado en White, El evangelismo, 372-373; White, Manuscrito 157, 1899, citado en White, El evangelismo, 373.
[15] White, Mensajes selectos (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1967), 2:35-36, 39-40.
[16] White, General Conference Bulletin, abril 23 de 1901, citado en White, Mensajes selectos, 2:40-41.
[17] White, Mensajes selectos, 2:41-43.
[18] Ronald Allen y Gordon Borror, Teologia da adoração: O verdadeiro sentido da adoração, trad. Elias Moreira da Silva y Lucy Yamakami (São Paulo: Edições Vida Nova, 2002), 55-57.
[19] Donald P. Hustad afirma que “la música en la iglesia no es un arte libre, ni un fin en sí misma. Es arte traído a la cruz: arte dedicado al servicio de Dios y a la edificación de la iglesia” (¡Regocijaos!: la música cristiana en la adoración, trad. Olivia de Lerín, Bonnie de Martínez, J. Bruce Muskrat, Josie de Smith y Ann Marie Swenson [El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1998], 9).
[20] White, Patriarcas y profetas (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1971), 645.
[21] Ibíd. La autora repite el concepto en otros lugares: “Como parte del servicio religioso, el canto no es menos importante que la oración. En realidad, más de un canto es una oración” (White, La educación, 168).
[22] White, Joyas de los testimonios (Buenos Aires: Casa Editora Sudamericana, 1956), 3:32.
[23] White, El ministerio pastoral (Silver Springs, Maryland: Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, 1997), 206. Véase también White, Carta 1a, 1890, citada en White, El evangelismo, 369.
[24] White, Manuscrito 5, 1874, citado en White, La voz: su educación y uso correcto, 470-474.
[25] Ibíd., 473-474.
[26] White, Review and Herald, 24 de julio, 1883, citado en White, La voz: su educación y uso correcto, 474.
[27] White, Patriarcas y profetas, 500; White, La voz: su educación y uso correcto, 496.
[28] White, La educación, 168.
[29] Ibíd.
[30] Ibíd.
[31] White, Carta 53, 1896, citado en White, El evangelismo, 364; White, El Ministerio de Curación (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1975), 241, 242; White, En los lugares celestiales (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1967), 97; White, Carta 5, 1850, citado en White, La voz: su educación y uso correcto, 454.
[32] White, Manuscrito 65, 1901, citado en White, La voz: su educación y uso correcto, 457; White, La educación, 166.
[33] White, Manuscrito 71, 1897, citado en White, El evangelismo, 362.
[34] White, La educación, 39.
[35] White, Review and Herald, 24 de octubre, 1899, citado en White, La voz: su educación y uso correcto, 458; White, El deseado de todas las gentes (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1971), 54; White, El Ministerio de Curación, 34.
[36] White, Manuscrito 22, 1886, citado en White, El evangelismo, 367-368.
[37] White, El evangelismo, 362.
[38] Ibíd., 365.
[39] White, Review and Herald, 27 de agosto, 1903, citado en White, El evangelismo, 366.
[40] White, Patriarcas y profetas, 645. Véase también White, El evangelismo, 368-369.
[41] White, El evangelismo, 368.
[42] Ibíd.
[43] Ibíd.
[44] Ibíd.
[45] White, Review and Herald, 24 de julio, 1883, citado en White, El evangelismo, 369-370.
[46] Ibíd; White, Joyas de los testimonios, 3:33.
[47] White, Manuscrito 91, 1903, citado en White, El evangelismo, 372.
[48] White, Review and Herald, 27 de septiembre, 1892, citado en White, El evangelismo, 370; White, Mensajes para los jóvenes (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1967), 292.
[49] White, El evangelismo, 370.
[50] Ibíd.
[51] White, El evangelismo, 368.
[52] White, Carta 132, 1898, citado en White, El evangelismo, 365, 367.
[53] White, Carta 49, 1902, citado en White, El evangelismo, 365.

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